Movía
nerviosamente una pierna mientras esperaba a que le llamaran. No le
hacia ninguna gracia estar allí en aquella sala de espera a la vista
de cualquiera, mientras aguardaba para entrar a hablar con el
psicólogo. Se sentía molesto, aquella situación le resultaba
humillante, el no necesitaba un loquero, sabía perfectamente lo que
le pasaba y lo que necesitaba.
Se
abrió la puerta y salió el psicólogo que amablemente le invitó a
entrar. Se sentaron en unos sillones situados uno frente al otro, sin
darle tiempo a decir nada al doctor, le exhortó.
-
Que conste que yo no estoy loco, si he venido es porque mis padres
han insistido, no necesito que ningún loquero me analice, se lo que
me pasa y cual es la solución, pero ellos no me quieren escuchar.
Normalmente
no se hubiera atrevido a hablar así con un desconocido, pero estaba
indignado, las palabras salieron de su boca casi sin pensarlo.
-
Esta bien - le dijo amablemente el doctor - Te creo, seguramente todo
sea cosa de tus padres, no seria la primera vez que alguien sin
ningún problema acaba en esta consulta por la presión de terceros -
le dio unas suaves palmadas en la pierna y continuó - Pero ya que
estás aquí, si te parece bien, puedes contarme porque ellos creen
que tienes que venir a hablar conmigo, así quizás, podamos
encontrar la formula para que tus padres te dejen tranquilo.
No
se esperaba que le dijera eso, un poco desconcertado por la respuesta
se relajó, decidió explicarle a aquel amable doctor cual era
realmente su problema, así podría ayudarle y hacérselo entender a
sus padres.
Le
contó como de siempre había sido una persona muy retraída, ya en
el colegio le había costado relacionarse, además la actitud de
otros niños, humillándolo públicamente y riéndose de el, habían
agravado el problema. Eso había hecho que ya de adulto, cada vez que
se veía en la tesitura de tener que comunicarse con alguien que no
fuera de su entorno más cercano, la situación le provocaba una
serie de desagradables síntomas. Se le secaba la boca, el corazón
se aceleraba, comenzaba a sudar e incluso se le revolvía el
estomago, en alguna ocasión había llegado incluso a vomitar,
después de sufrir una situación especialmente estresante.
Y
su vida habría continuado siendo así, de no ser por una
conversación, que accidentalmente había escuchado en el metro. Dos
mujeres hablaban a su lado. Oyó a una contar los problemas, muy
similares a los suyos, que ella había sufrido en la adolescencia.
Con el sonido del tren no podía escuchar toda la conversación, pero
si pudo oír claramente como la mujer aseguraba, que la solución a
su problemas fue, “sacar todo lo que tenía dentro”.
Estuvo
días dándole vueltas a lo que había dicho esa mujer, la solución
era "sacar lo que tenía dentro", pero ¿Que tenía que
sacar?. Recordó que siempre que se encontraba en una situación
estresante, le entraban ganas de tirarse pedos. ¿Podía referirse a
eso? Aquello, en principio, le pareció absurdo, pero no encontraba
otro sentido a la frase "sacar lo que tienes dentro" y la
mujer había dicho que su vida había cambiado radicalmente, que
ahora podía llevar una vida normal. Decidió probar, total, no tenía
nada que perder.
Aquella
tarde se dirigió a la parada del metro, buscó una persona con la
que poder tratar de entablar una conversación. Al final se sentó en
un banco junto a un señor de mediana edad, parecía estar de vuelta
del trabajo, tenía cara de buena persona y de no ser violento, no
quería que su experimento acabara en una agresión. El solo pensar
en lo que iba a intentar, provocó que los síntomas aparecieran de
inmediato, y al primer retortijón, relajó el esfínter y un sonoro
huesco salió de su trasero. Inmediatamente el señor que estaba
sentado a su lado, cambio el semblante y se giró para recriminarle
la acción, pero antes de que pudiera decir nada, el muchacho se
disculpó.
-
Perdóneme señor, estoy enfermo y no puedo controlarlo.
El
hombre pareció relajarse.
-
Nada hombre, no te preocupes, si estás enfermo y no puedes hacer
otra cosa - se encogió de hombros y le sonrío - Como decía mi
padre, mejor fuera que dentro. Inmediatamente se sintió más
relajado, pudo continuar la conversación sin problemas, estuvieron
hablando hasta la llegada del metro. El chico no subió, alegando que
esperaba a una persona que llegaba en el siguientes tren. Una vez se
hubo marchado el señor y se quedó solo en el anden, estalló de
alegría. ¡Había funcionado! La solución había estado ahí y era
la mar de sencilla, solo tenía que "sacar lo que tenía
dentro".
Desde
entonces su vida cambió completamente, cada vez que tenía que
hablar con un desconocido o una persona con la que no tenía
confianza, ante la aparición de los síntomas, se tiraba un pedo y
se relajaba. Aprendió a aliviar de forma silenciosa sin que el
interlocutor lo percibiera, elevar el tono de voz, toser o golpear
algo, coordinado con la ventosidad, para que no se escuchara. Se
convirtió en un maestro del disimulo, lo importante era "sacar
lo que tenía dentro", no que el pedo fuera escuchado por la
otra persona. Se daba la circunstancia de que siempre tenía ganas de
airear, no tenía problemas para sacar un pedo cada vez que lo
necesitaba.
Estuvo
así un par de años, hizo amigos, encontró trabajo, tenía una vida
social de lo mas normal. Pero todo se había torcido hacia unos
meses, ya no tenía ganas siempre de peerse, ahora sufría de
calambres abdominales, fuertes retortijones y diarrea. Fue al medico,
le diagnosticaron intolerancia a la lactosa, hubo de dejar de tomarla
y mejoró respecto a su estómago, pero los efectos secundarios
fueron devastadores, los pedos desaparecieron. Enseguida sus
relaciones se resintieron, ya no tenía un pedo siempre dispuesto a
salvarle, perdió la seguridad en si mismo, ya no podía "sacar
lo que tenía dentro".
-Así
que como usted comprenderá, no necesito un psicólogo, lo que
necesito es poder volver a tirarme pedos - Concluyó su relato.
El
psicólogo, sorprendido por lo que acababa de escuchar, trató de
hacerle ver su error.-
¿Se ha tirado usted alguna ventosidad durante nuestra conversación?
- Le preguntó el médico.La
verdad es que en esa ocasión no había hecho falta, negó con la
cabeza.
-
Querido amigo, en realidad es más fácil que todo eso que me ha
contado, realmente no necesita tirarse pedos. Seguramente cuando
escuchó la conversación en aquel tren, a lo que la mujer se refería
cuando hablaba de "sacar lo que tienes dentro", es a que
debe compartir tus sentimientos y abrirse con los demás, como ha
hecho sin necesidad de pedos, hoy conmigo. La necesidad de tirarse
pedos para relajarse, no ha sido mas que un efecto placebo.
El
chico enrojeció de la ira, aquel hombre, con el que se había
sincerado, al que le había contado su problema, en vez de tratar de
ayudarle, estaba tratándole como a un idiota.
-
Usted lo que quiere es hacerme creer que estoy loco - le dijo
irritado - quiere que yo venga aquí y que me traten como si
estuviera zumbado. - Se levantó airado del sillón - No tenía que
haber escuchado a mis padres ni haber venido aquí a hablar con usted
- se alejó unos pasos en dirección a la puerta y se giró - la
gente como usted es el problema de este mundo, se creen que por haber
estudiado saben mas que los demás - estaba realmente enfadado - Yo
se perfectamente lo que necesito y es poder volver a tirarme pedos -
dijo dándose enérgicamente con el dedo en el pecho, abrió la
puerta y antes de marcharse sentenció - se que es lo que necesito, y
se que es eso, porque a mi me funciona.
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