Sin duda una de las cosas que más perturba mis pensamientos es que en pleno siglo XXI, después del gran avance científico de los últimos dos siglos, sigan proliferando las pseudociencias y el pensamiento mágico, es algo que nunca dejará de sorprenderme. Que a día de hoy se sigan dando casos como el de Mario, un joven de 21 años que abandonó el tratamiento que ha demostrado salvar miles de vidas, para seguir otro sin ninguna evidencia que lo avale, nos debe llevar a pensar que algo nos ocurre como sociedad o más bien como especie.
El gran avance de la ciencia, que ha permitido al ser humano llegar a entender y desentrañar hasta límites hace nada inimaginables el funcionamiento del universo, no ha conseguido frenar el auge de las mal llamadas terapias alternativas, que ni son terapias ni alternativas a nada. Somos capaces de ver, detectar y analizar desde los eventos que ocurren en lugares a millones de años luz, hasta las interacciones de las partículas más elementales. Pero eso no impide que existan personas que hablen de fuerzas misteriosas que nadie ha medido o energías de amor universal, tratando de darle al universo una razón de ser.
Algunos, que seguro que saben más que yo, hablan de incultura científica, que la solución pasa por educar más en el pensamiento crítico y quizás tengan razón. Pero aunque seguramente sea en parte cierto y esto ayudaría mucho, yo sigo viendo físicos, médicos, ingenieros, químicos, biólogos, etc, personas con alta preparación, incluso en áreas científicas, ser usuarios y defensores de las pseudociencias.
Esto me lleva a pensar que quizás hay algo más, a lo mejor el ser humano no es lo suficientemente maduro aún, como si la humanidad en su conjunto fuera un adolescentes, con el tamaño y la fuerza de un adulto, pero sin la madurez suficiente como para manejar las herramientas que tiene a su alcance. Da la impresión de que el conocimiento nos hubiera cogido demasiado “jóvenes” y necesitáramos tiempo para ir madurando. Además esta reflexión es extrapolable a otros ámbitos, como el de las relaciones sociales o el de la política.
Seguramente dentro de dos o tres siglos la humanidad mire hacia atrás y se pregunte cómo era posible que esto ocurriera aún en este tiempo, que existiendo ya el método científico una gran herramienta ,que aunque imperfecta, es tremendamente útil para saber si una terapia produce un efecto o no, la gente siguiera confiando en aquello que después de cientos de años no hubiera conseguido mostrar evidencia de acción alguna.
Quien sabe, en el futuro la historia nos juzgará y espero que no salgamos muy bien parados, eso quizás signifique que el ser humano habrá por fin madurado.